Shambala
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[Relato] La Lira y la Espada Capitulo I. PARTE 2 DE 2

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Mensaje por tankardgod Jue Jun 17, 2010 12:35 pm

Capitulo I - Parte 2/2
-El Bardo y los Caballeros-

El corazón de Edmund latía desesperadamente y un ligero temblor invadió sus extremidades; tenía la frente perlada de sudor y le escocían los ojos, pero era muy consciente de todo lo que le rodeaba. Veía al posadero llorar desconsolado en el suelo, sollozando: “mi ruina…” -Le llegaba el olor a cerveza y queso rancio de las cocinas, el tufo a sangre y sudor de la multitud enloquecida. Sabía que no podía ganar. Pero al menos se llevaría a alguno de aquellos piojosos consigo al infierno.
En aquel instante se escuchó como la vieja puerta de madera de la posada se abría. La muchedumbre volvió la cabeza instintivamente, y el bardo vio surgir de la noche media docena de hombres embutidos en armaduras pesadas. Llevaban largas capas de color plateado y en las túnicas negras sobre la armadura se veía bordada un águila de sable sobre campo de oro, era el escudo de los Tarkin, la familia real de Guardamar. Observaron la multitud en un silencio marcial, lo que empezó a aterrar a la muchedumbre, que habían dejado de prestar atención al bardo.
Tras unos angustiosos segundos en los que la tensión podía cortarse con cuchillo, una última figura entró en la estancia desde la oscuridad exterior, su capa no era de plata sino de llamativo color rojo. Se cubría la cabeza con una capucha. No era tan alta como los otros cinco caballeros ni, de lejos, tan corpulenta… Se quitó la capucha revelando una brillante melena roja y unos hipnóticos ojos esmeralda. La multitud se quedó atónita al contemplar el rostro de piel clara y rasgos delicados, la muchacha observó en silencio la estancia. Dirigió el fuego de su mirada a un grueso mercader, que no tardó en inclinarse y bajar la vista al suelo. Pronto otros hicieron lo mismo, pero Edmund no podía dejar de mirar a la muchacha. La observaba como si el tiempo no existiese. Observaba la ardiente melena caer y ondularse suavemente, los carnosos labios carmesí y la perfección de su piel nívea. Siguió observándola hasta que aquellos volcánicos ojos verdes se cruzaron con los suyos. El peso de aquella mirada perturbadora cayó sobre el bardo como una avalancha y de pronto recordó que debería estar huyendo hacía rato.
-¡Ahí está, cogedlo! -La muchacha desenfundó una enorme espada ancha. Aquel gesto enloqueció a la multitud, que temiendo por sus vidas, trataron de escapar a toda prisa del local. Se pisoteaban unos a otros entre súplicas y maldiciones, los caballeros se abrían paso a espadazos entre la muchedumbre y había sangre por todas partes. Para cuando lograron abrirse paso entre la multitud, Edmund ya no estaba donde lo habían visto. En su lugar había roto una ventana con un taburete y se había largado tan rápido como sus piernas le habían permitido. Los caballeros fruncieron el ceño y apretaron los puños, ya no quedaba nadie en la posada salvo el afectado dueño y su hija. La muchacha de ojos verdes se acercó a la ventana y enfundó su espada.
–A pie no podrá ir muy lejos, capitana. Le susurró al oído uno de los caballeros.
– ¡Esta vez no podrá escapar! Bramó otro. La muchacha se dio la vuelta con elegancia felina. En su camino a la puerta, el posadero advirtió el broche de plata que sujetaba la capa de la mujer. Tenía la forma de un sol y dos espadas cruzadas, el escudo de los paladines, los mejores caballeros del rey.
-¡Mi señora! -Exclamaba el posadero llorando patéticamente -¡Mirad en qué estado ha quedado mi humilde hogar! ¡Las espadas del rey me han dejado sin clientes!
Con un gesto de su mano. La dama detuvo a dos caballeros que ya iban a decapitar al posadero por dirigirse a su señora con tal descaro, y miró con desgana al hombre y a su pobre hija.
–Los paladines son la justicia del rey. –Dijo mientras acariciaba el pomo de su espada. -¿Eran dos piezas de plata lo que ofrecíais por la cabeza del bardo? –El posadero se puso blanco al descubrir que la paladín lo había escuchado todo. –Podría acusaros de intento de asesinato y alteración del orden público. –El posadero no dijo nada, en cambio se puso de rodillas y suplicó perdón. -¿Estabais sugiriendo una compensación? ¿Por los daños que os hemos causado? –El posadero titubeo un momento y asintió débilmente con la cabeza. –Está bien, os perdono la vida. ¿Os parece compensación suficiente?
-¡Los Dioses os bendigan! –Exclamó el posadero entre lágrimas, feliz de haber esquivado a la muerte.
Fuera de la posada el viento fresco del anochecer arrastraba las primeras hojas del otoño, que crujieron bajo el peso de las botas de los caballeros. La paladín miró a su alrededor. Atrás quedaba la vieja posada de muros encalados y tejado de pizarra y las tierras fértiles junto al río Tark, ante ella se extendían los profundos bosques al norte de Murwald.
-Hay un sendero que atraviesa el bosque primero hacia el norte y más tarde hacia el este, rumbo a Elcrad, pero estará infestado de bandidos. –Dijo uno de los caballeros, de ojos grises fríos y solemnes. Una espantosa cicatriz le cruzaba el rostro pálido de izquierda a derecha y el cráneo afeitado y la enorme mandíbula le daban un aspecto fiero.
-No es tan estúpido cómo para dejarse atrapar por unos cuantos salteadores.-Replicó la paladín fijando su intensa mirada en los ojos de granito del caballero. –Se alejará del camino, e intentará atravesar el bosque sin llamar la atención.
El hombre de ojos grises hizo una leve reverencia y dio la espalda a la muchacha. Minutos más tarde ella y sus caballeros se adentraban en los bosques viejos como el mundo de pinos negros y brumas gélidas. No podían ir muy deprisa porque estaba oscuro y el terreno era de lo más impracticable. Si no miraban bien por donde iban podían chocar con un tronco o los caballos correrían el riesgo de partirse una pata al tropezar con alguna rama caída, o incluso despeñarse en algún barranco inesperado.
Al rato, cuando luna era bien visible en el horizonte, uno de los caballeros se sobresaltó al oír un extraño chasquido a unos metros de él. El caballero de la terrible cicatriz lo miró con una retorciendo su enorme mandíbula en una mueca burlona.
– ¿Tienes miedo de los lobos, ser Ace?
El joven Ace Alerion acababa de ser nombrado caballero y aún no tenía el temple ni la disciplina característica de los caballeros, no era ningún secreto para ninguno de sus hermanos caballeros que añoraba la vida en la corte de su padre, cuando servía como paje.
-¡Yo no tengo miedo, ser Marduc! –Exclamó el joven con la cara roja de furia.
-¡Dejadlo ya! –Gruñó la paladín mientras dirigía un mirada asesina a los dos hombres.
-¡Escuchadme Alis! –Chillo ser Ace. -¡Estoy harto de que este villano deshonre mi nombre con sus impertinencias! El joven caballero miró fijamente a ser Marduc con los ojos inyectados en sangre. -¡Yo también soy un caballero!
Ser Marduc se volvió con brusquedad.
–Sólo de nombre, todavía no te he visto sangrar por el reino, aunque seguramente la primera vez que sangres será la última. –Exclamó el viejo caballero entre carcajadas, al resto de la compañía se le escaparon un par de risotadas. El joven Ace estuvo a punto a de echar mano de su espada, pero una mirada de su capitana bastó para hacerle tragar su orgullo.
Uno de los caballeros que habían permanecido en silencio durante la discusión se acercó trotando con su enorme caballo pinto, tenía la brillante armadura de acero azulado abollada por un millar de sitios a la vez, se había quitado la túnica negra y la capa escarlata ondulaba andrajosa a su espalda.
–Recuerda joven Alerion, que la capitana ahora es miembro de los paladines, te dirigirás a ella con el debido respeto. –El rostro del hombre era un campo de batalla, todo lleno de surcos y viejas heridas en la piel arrugada, contemplaba a Ace con el ceño fruncido mientras se peinaba el imponente mostacho blanco con una mano enguantada en cuero. El muchacho bajó la vista y asintió con la cabeza, todavía se sentía como un paje, era casi cómo estar en casa otra vez, pensó.
–Dejadlo ser Francis, no tiene importancia. –Dijo Alis con una sonrisa.
–Estos jóvenes de hoy en día… -Gruñó el anciano caballero.
–Esperad, he oído un ruido, deteneos. –Dijo ser Marduc, detuvo a la compañía con un gesto de su mano y desenvainó la espada ancha de acero templado.
-¿Acaso tiene miedo el poderoso ser Marduc cararrota?
Su capitana y el resto de caballeros se quedaron mirando a Ace con la boca abierta del asombro, nadie en su sano juicio llamaba “cararrota” a ser Marduc cuando estaba lo bastante cerca cómo para oírlo. Bueno, si le gustaba vivir. Pese a todo, el veterano caballero no le hizo el menor caso, siguió con los pétreos ojos grises escrutando la oscuridad, con la espada preparada. Aquello sí que puso nerviosa a la compañía, desenfundaron las espadas y guardaron silencio.
Había una sombra de miedo en el rostro juvenil de ser Ace, aunque empuñaba la espada con decisión. De súbito, se escuchó el sonido de una rama al partirse, y tres caballeros, dejándose llevar por el pánico se lanzaron a la carga en la dirección que les había llegado el sonido. Alis ordenó a ser Francis que fuera tras ellos, pero el viejo caballero alegó que ya no veía también cómo cuando era joven.
-¡Estamos mejor sin ellos!, son niños ricos, si nos encontramos con una batalla huirán a los castillos de sus papás al ver la primera gota de sangre. –Se burló ser Marduc, Alis lo miró con dureza.
–Te guste o no, son tus hermanos de orden, un caballero no abandona a sus compañeros. –La paladín miró de soslayo a Ace, que bajo la vista y enrojeció. –Ace es un caballero novel todavía, lo correcto es que vayas tú. –Dijo Alis mirando fijamente a ser Marduc.
–Eso no será necesario, mi señora. –Dijo una voz melodiosa más allá de la luz de las antorchas. Ser Francis ahogó un grito mientras escrutaba la oscuridad, Ser Ace sudaba tan copiosamente que el lacio cabello negro se le había pegado a la piel y se le metía en los ojos oscuros. Segundos después una figura encapuchada salió de las sombras. Iba embutida en una gastada armadura de cuero cocido y cota de malla, con una espada larga y un puñal en el cinto. –Luchar no es una buena opción, mis caballeros, tampoco huir. –Dijo el desconocido girando la cabeza hacia ser Francis.
-¿Y por qué no habríamos de luch… -Pero las palabras murieron en los labios de ser Marduc cuando decenas de arqueros surgieron de la oscuridad y rodearon a los caballeros, tan silenciosos que nadie había advertido su presencia hasta que habían decidido dejarse ver.
-Sólo nos interesa el rescate que podamos pedir por vuestros nobles traseros, deponed las armas, no es ninguna deshonra. Sólo sentido común.
-¡Antes tendréis que matarme! –Rugió ser Marduc al cargar contra el encapuchado. Lo último que el joven ser Ace recordaría de todo esto serían los gritos furiosos de Alis tratando de detener a ser Marduc, la expresión de terror en el rostro de ser Francis, y el sibilante sonido de las flechas al cortar el aire

-Fin del Capitulo I-
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